Pocas cosas hay más serias que el humor. Como sucede con lo lúdico, el humor es algo que, a lo largo de la historia, constituye una parte esencial del imaginario –de ese imaginario genérico y de todos los específicos que lo conforman– que nos termina configurando como individuos-colectivo-sociedad.
Por eso, Acequia, de Amaury Colmenares (novela ganadora de la primera versión del premio Las yubartas, publicada por Dum Dum Editora en Bolivia) da en el clavo cuando nos dice: “La primera literatura, el primer uso impráctico de la palabra, fue el humor. Explicarles a los demás dónde golpear a un mamut para derribarlo estaba muy bien. Pero cuando uno logró narrar cómo su compañero de cacería se había enredado entre los pedos del mastodonte para terminar a un kilómetro del coto de caza, todo cubierto de caca mastodóntica, bueno, eso les dio el equivalente místico del fuego: la risa”.
Conformada por cinco partes, la novela de Colmenares encaja con el significado de la palabra que la titula: “f. Zanja o canal por donde se conducen las aguas para regar y para otros fines”. A través de las historias del Vampiro (un experto [de]constructor de caleidoscopios que se convierte en un arquitecto autodidacta), Lópex Moctezuma (un guía turístico que disfruta mintiendo a todos los clientes que lleva de visita por Cuernavaca), Lis Seda y Lau Mundo (hackers y editoras) y Altaflores (legendario comediante mexicano relegado de la escena pública después de una controvertida foto con el Papa), entre muchos otros personajes, Colmenares elabora una aproximación a la historia de una ciudad, que bien podría ser una genealogía de la literatura, el arte, la política y el poder, a través del humor y la mentira. Los guiños (sutiles y no tanto) a hechos históricos, nombres y obras emblemáticas, se camuflan en la ficción que Acequia construye, haciéndonos dudar, en principio, del sentido que los fragmentos que componen la novela tienen entre sí, pero por la que nos dejamos guiar, confiando en la lucidez narrativa del autor, así como en la historia central la sostiene.
Ahora, es importante aclarar: la novela de Colmenares no trata solamente de un hábil ejercicio de contrapunto y fragmentación, sino, y, sobre todo, termina llevándonos a reflexionar sobre la relevancia que la mentira (acaso, la ficción misma, vista tanto desde lo literario como desde otros aspectos, como lo mediático), tiene en nuestro día a día. Pero no se trata (solamente) de la mentira como una estrategia de poder, sino también de una mentira (a veces) necesaria, hasta dulce. Una mentira que, dentro de todo, nos dice una verdad difícil de afrontar.
¿Y qué otra forma tenemos de enfrentar aquello que preferimos ignorar nos ha servido durante siglos, si no es el humor? “El chiste es una estructura que alberga un vacío y ese vacío es habitado por la imaginación del público. Como la poesía. Pero mejor, porque da risa”. Y la risa, nos convence Colmenares en su novela, es algo primitivo en el ser humano; un impulso del que no se puede escapar, así como tampoco se puede huir de todo aquello que nos repetimos, aunque no sea cierto, para poder sobrellevar el peso de la cotidianeidad. Por eso, como nos revela la novela, “los niños ya reían antes de la invención del chiste. Pero lo hacían como los chimpancés copulaban antes del amor”. Haciendo homenaje a la precisión huxleyana de las historias entrelazadas, Acequia constituye un lugar que merece nuestra atención en la literatura actual, a veces tan (exagerada e innecesariamente) solemne, a veces tan monótona y predecible, pero siempre fiel al mismo propósito de las mentiras necesarias: hacer la realidad menos cruel.
Por Miguel Carpio
Texto publicado originalmente en Ramona