Si las cosas fuesen como son

Gabriela Escobar

¿Qué hizo la madre de la madre de mi madre para que la madre de mi madre haya hecho lo que hizo y mi madre haya sido la que fue y sea la que es? Las historias se cuentan por los ojos porque son mudas. Nadie quiere hablar porque nadie pregunta.” ¿Y si las cosas no fueran como son? ¿Y si fueran de otra manera? Uno puede plantearse estos interrogantes, imaginar otros escenarios, crear historias alternativas; cuando sabe cómo son las cosas, cuando todo parece claro, tangible. Pero si no lo sabe, si lo desconoce, se ve obligado a armar un relato con los fragmentos que encuentra: trozos dispersos, piezas extraviadas de un rompecabezas. Con paciencia, se intenta ensamblar esos fragmentos para crear un mapa que conduzca a la historia familiar, que permita comprender. Solo cuando nos animamos a hacer ciertas preguntas para trazar el mapa de nuestra genealogía, podemos salir del relato armado por lo que únicamente vemos, por lo superficial. Pero ese relato no es más que eso, nuestro relato, ¿y si las cosas fueran, simplemente, como son?

Cuando no te explican nada, lo que falta se inventa, y la historia familiar es la cabeza de un animal que te espera atrás de un vidrio empañado.” Una familia deforme. Hay un registro de monstruosidad en esta novela corta, estructurada en fragmentos breves, que trenzan una trama sencilla pero potente. Una joven que tras la ruptura amorosa con su novia, regresa a la casa de su madre, quien vive con sus hermanos. Juntos los tres, madre y hermanos, forman un ente indivisible, casi simbólico. Un padre innombrable, cuya ausencia es una omnipresencia, “la mala palabra”. En el centro de este universo está la figura de la madre: una madre-máquina, implacable, que no pide permiso ni da explicaciones. Ella tumba, tira, demuele: es la madre Tumbona.

Los fragmentos cosidos entre sí que conforman esta novela fascinante y perturbadora, funcionan también como piezas independientes - microrrelatos, entradas de diario, textos que parecen poemas- lo que le otorga a esta prosa una especie de arquitectura a la vista. Casi como si pudiéramos observar las costuras que unen las reflexiones y emociones de la narradora, que descompone y recompone el presente y el pasado, explorando tanto la historia familiar inmediata como el linaje materno.

Un relato visceral que, al mismo tiempo, revela destellos de belleza y poesía. Al igual que Vivian Gornick en Apegos feroces o María Negroni en El corazón del daño, Escobar aborda con profundidad y, por momentos, con una crudeza casi monstruosa, el complejo vínculo entre madre e hija.

La narradora, además, parece cargada por el peso de la experiencia humana, como deja entrever en estas líneas: “…hago un pan con dulce. No convido a los pájaros, ellos tienen su propia comida. Ya me gustaría a mí picotear el piso y resolver así mi subsistencia.” En otro momento dice: “El cielo está lleno, atascado de puntos brillantes. Lo último que vi antes de irme fueron dos envases vacíos de maní, sacudiendo alto, enganchados en la rama de un árbol. Qué envidia, pensé, ser un plástico cerca de las estrellas.”

Esta obra no sólo explora las complejidades del lazo materno y la historia familiar, sino también invita al lector a sumergirse en una narrativa que desborda sensibilidad, crudeza y una belleza desgarradora.

Jess Villar

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Criatura Editora